Opinión

Crónica de una muerte anunciada

Crónica de una muerte anunciada

A poco más de un mes de las elecciones de segunda vuelta que lo enfrentarán a Luisa González, Daniel Noboa parece haber asumido un rol que nadie esperaba: el de un protagonista atrapado en su propia tragedia política. Sus días en Carondelet, al menos en esta etapa, se perciben contados, y él, más que nadie, parece intuirlo. No hay otra forma de leer el torbellino de polémicas en el que se ha sumergido, un paso tras otro, como si cada decisión estuviera calculada no para fortalecer su posición, sino para acelerar su caída. Lejos de proyectar la imagen de un líder sólido, lo que emerge es la figura desgastada de un presidente que ha gastado más energías en perseguir a sus opositores que en cumplir las expectativas de quienes lo llevaron al poder.

No es mi intención aquí detenerme en los detalles del negocio del campo Sacha, ni en si representa un beneficio o un acto cuestionable eso lo dejo a los analistas y a las columnas de opinión. Lo que sí merece atención es el retrato que Noboa ha pintado de sí mismo: un hombre que, ante la falta de resultados tangibles, opta por el enfrentamiento como cortina de humo. Su obsesión por ajustar cuentas con adversarios políticos, desde figuras de la oposición hasta críticos en redes sociales, ha eclipsado cualquier intento de gobernanza seria. ¿Dónde quedó el compromiso con sus votantes? Aquellos que depositaron su confianza en él durante la campaña de 2023 hoy se encuentran con un silencio ensordecedor o, peor aún, con un líder que prefiere el eco de las disputas al diálogo constructivo.

Es casi teatral: cada movimiento, cada declaración o su ausencia, parece un acto más en una crónica que él mismo escribe con tinta de desesperación. En apenas 1 año y 4 meses de mandato desde noviembre de 2023 hasta este marzo de 2025, Noboa ha logrado que su gestión sea recordada como uno de los peores episodios presidenciales en la memoria reciente del país. Las promesas que resonaron en su campaña, como la generación de empleo masivo, la reducción de la violencia en las calles y una economía revitalizada, no solo han quedado en el aire, sino que han sido traicionadas en más de una ocasión. Recordemos su compromiso de “trabajo para todos” que se diluyó en un desempleo persistente, o su assurance de “mano dura contra el crimen” que no evitó el aumento de la inseguridad en ciudades como Guayaquil y Quito. Lejos de honrar su palabra, Noboa ha preferido refugiarse en la polémica, dejando un reguero de incumplimientos que sus votantes no olvidan.

Y mientras el reloj avanza hacia las próximas elecciones, el espectáculo continúa. No hay pausa, no hay introspección, solo un ritmo frenético que destila resignación. Daniel Noboa no solo parece aceptar su destino político, sino que lo abraza, lo moldea, lo convierte en una narrativa donde él es a la vez héroe y villano de su propia historia. ¿Es esta la estrategia de un líder que, consciente de que el telón está por caer, elige arder en controversias antes que desvanecerse en la irrelevancia? O tal vez sea algo más simple: la confesión tácita de quien, al mirarse al espejo, sabe que su tiempo se agota y que su legado, si acaso lo hay, será el de un mandato fugaz, polémico y, sobre todo, decepcionante.

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